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Obsolescencia programada: el grave problema de la basura electrónica

Estamos inmersos en la época dorada de la tecnología y el consumismo. Nos resultaría impensable poder vivir sin nuestros smartphones, sin nuestros ordenadores, sin Internet. Pero todo esto tiene un coste, un coste que poco a poco va saliendo a la luz y vemos su impacto en nuestro alrededor: generamos 50 millones de toneladas al año de residuos electrónicos durante el 2019.

Y de todos estos residuos, ¿cuánto reciclamos? Pues solo el 17,4%, unos 3 millones de toneladas. Desde la ONU recalcan el gran perjuicio de estos residuos electrónicos ya no solamente para el medio ambiente, sino en nuestra salud: humos tóxicos o contacto con agentes químicos corrosivos, entre otros.

Además de la implementación de legislaciones y regulaciones para estos residuos, se necesita poner fin a la obsolescencia programada de estos productos y hacer efectivo el derecho a reparar que muchas veces las empresas que los fabrican y nos los venden nos niegan.

El impacto de la obsolescencia programada

Para comprender este fenómeno, es importante conocer el concepto de obsolescencia programada. El documental Comprar, tirar, comprar la define como: “la programación del fin de vida útil de un producto, de modo que, tras un periodo de tiempo calculado de antemano por el fabricante este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible”.

Ordenadores, impresoras, smartphones, neveras… En todos estos productos se ha reducido la vida útil. Estos aparatos con los que convivimos día a día duran unos pocos años (a veces meses) y de repente, dejan de funcionar. A esto se le une la rapidez con la que salen al mercado los nuevos modelos que nos invitan a consumir de nuevo ya que en muchas ocasiones es más barato comprar uno nuevo (y mejorado) que arreglar nuestro producto dañado. Un 27,4% de los usuarios cambian de teléfono móvil cada 6 meses y otro 24%, al cabo de un año según The Enviromental Consequences in a Process of Planned Obsolescence of Mobile Phones.

Además del problema para el medio ambiente provocado por la basura electrónica producida, podemos encontrar un segundo gran problema en la extracción de materias primas. Estos dispositivos electrónicos necesitan una gran variedad y cantidad de materias primas que se extraen de minas, que en muchas ocasiones se encuentran en países poco desarrollados. El mejor ejemplo lo encontramos con las baterías ion-Litio, donde vemos que las compañías que usan el litio y cobalto para sus baterías no extraen ellas mismas estos materiales. Los compran a subsidiarias o directamente a las minas, cuyos estándares sociales y medioambientales son muy inferiores o en ocasiones inexistentes.

¿Dónde va a parar toda esta basura electrónica?

Cuando un dispositivo electrónico deja de funcionar o se ha quedado anticuado pueden suceder varias cosas. Bien pueden ser arrojados a vertederos ilegales o descampados, siendo así imposible que se recicle y contaminando la zona. O bien es arrojado a la basura produciendo que los vertederos sólo recuperan la chatarra electrónica que se encuentra a simple vista, quedando enterrada una buena parte debajo de montañas de basura. Filtrándose y degradándose material tóxico a tierra y agua, o bien quemados y contaminando a través del humo y gases. Y por último, y la más sensata, que se lleve a un punto limpio y allí será reciclado todo lo que sea posible.

Pero aquí no termina el viaje de esta basura electrónica, ya que los países occidentales suelen venderla a países de Asia y África que ganan dinero con su reciclaje, con el problema de que en estos países las leyes medioambientes son más laxas. Haciéndose este reciclaje, en muchas ocasiones de forma artesanal y sin ningún tipo de seguridad. Produciendo una gran contaminación en esas zonas: elevados niveles de plomo, cobre y otros materiales pesados.

El mayor vertedero tecnológico se encuentra en la ciudad de Guiyu, en China. En él, 150.000 personas se dedican a procesar toda esta basura electrónica produciendo que los niveles de plomo y cobre sean 300 veces más altos que las ciudades cercanas y que el agua no sea potable.

La Unión Europea quiere poner fin a la obsolescencia programada

Debemos exigir, en la medida que sea posible, el fin de la obsolescencia programada. Priorizar la compra de productos que sean de marcas que duren y exigir a los gobiernos que tomen firmes medidas contra las empresas que abusan de esta práctica.

La Unión Europea parece que es al fin consciente de este problema y del impacto medioambiental que supone. Antes la normativa europea se centraba más en el reciclaje y la basura, pero ahora habrá un mayor foco en el diseño de los productos. Por ello llevarán a cabo un proyecto de economía circular que buscará aumentar la vida útil de los dispositivos electrónicos a partir del 2021. Las medidas del paquete irán enfocadas a:

  • Hacer que los productos sostenibles sean la norma en la UE con el fin de asegurar que estos productos sean fáciles de reutilizar, reparar y reciclar, restringiendo los productos de un solo uso.
  • Dar más poder a los consumidores al facilitarles información sobre la reparabilidad y durabilidad de los productos.
  • Centrarse en sectores que utilizan en más recursos y tienen un elevado potencial de circularidad tales como:
      • Batería y vehículos.
      • Electrónica y Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC).
      • Envases y embalajes.
      • Plásticos.
      • Productos textiles.
      • Construcción y vivienda.
      • Alimentos.

El impacto de este proyecto de economía circular también se traduce en un aumento del PIB de la Unión Europea en un 0,5% de aquí al 2030 y la creación de alrededor de 700.000 nuevos puestos de trabajo.

Por qué el derecho a reparar es tan importante

Nosotros, como consumidores, también tenemos mucho que decir y hacer para combatir a la obsolescencia programada y su generación de residuos electrónicos. Debemos exigir que los fabricantes tengan la obligación de cumplir unas pautas de diseño que cumplan con dos objetivos: sean 100% reciclables y su reparación se pueda realizar fuera del servicio oficial del fabricante.

Tenemos el derecho, como consumidores y propietarios de estos productos, de reparar nuestras propias cosas o elegir qué servicio de reparación usar, manuales que utilizan los distribuidores y poder desbloquear y modificar el software de nuestros dispositivos. Una vez hemos pagado dinero por un producto, el fabricante no debería ser capaz de dictar cómo lo usas. Ser propietario significa que deberíamos ser capaces de abrirlo, repararlo o mejorarlo.

Cada uno de nosotros podemos hacer nuestra parte

En definitiva, necesitamos realizar un cambio hacia un consumo responsable. Una nueva manera de consumir bienes donde se tenga en cuenta las responsabilidades sociales y medioambientales en el entorno de producción y las consecuencias de un ritmo de consumismo tecnológico absurdo y completamente sin sentido.

Debemos cambiar nuestra mentalidad como consumidores, tenemos que darnos cuenta que cada vez que adquirimos un producto somos partícipes de sus procesos de fabricación y de las consecuencias que genera en el medio ambiente, tanto durante su fabricación como en su eliminación.

Con la mediación de las administraciones públicas y gobiernos, las grandes empresas deben incorporar esta filosofía a la hora de diseñar y elaborar sus productos. El bienestar no implica consumir más, sino menos y mejor.

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